viernes, 25 de marzo de 2011

"Sardinia: Estupor In The Ambient"

Sardinia: Estupor In The Ambient es una novela corta creada por María Cebrián (una servidora). Está basada en hechos reales (y no tan reales) de un viaje veraniego a la isla de Cerdeña (Italia). Los personajes de esta novela, todos y cada uno de ellos, tienen algún tipo de relación conmigo, casi todos existen, y sí, es cierto, están (estamos) caracterizados para evitar repercusiones sociales.


Fecha: Agosto de 2009


 


1. El principio


Confiado en el buen resultado de su proyecto, Markus tomó el ascensor. Todo había pasado ya, los nervios, las inseguridades, el malhumor… todo. Era hora de retomar su vida, su serenidad, su familia. Sabía que en los últimos tres meses había dejado de lado a las que más quería, su princesita y su reina. La guerra que había mantenido más allá del Palacio, había hecho temblar en alguna ocasión los cementos de ese sórdido e inmutable Castillo de princesas en el que vivía. Todavía recordaba la cara de su mujer cuando había visto la recreación tridimensional de su futura casa.


—Es perfecta amor mío. Casi puedo ver corretear dentro de ella a nuestra pequeña.


—¿Entonces te gusta? —Markus mantenía abrazada a Ilina por detrás.


—Me encanta.


La amaba desde el día que la conoció. Era tan hermosa, llevando aquella falda negra, la camisa blanca, ese chaleco negro, esa bandeja de bebidas… la camarera más guapa que había visto en toda su vida. Aquella cena en La Tasquichuela le había cambiado la vida, le había hecho darse cuenta de que nada de lo que le había pasado anteriormente tenía sentido, sólo con mirarla era capaz de imaginar su futuro, y costase lo que le costase, Markus estaba decidido a que fuera con ella.


No fue nada fácil. Primero tuvo que ganarse su amistad, su respeto y su confianza. Markus no pasaba el mejor de los momentos, pero Ilina le ayudó a superarlo de la mejor manera que podía, amándole. Para él, dejar a su actual mujer no fue nada complicado, las continuas discusiones, las infidelidades, eran más que suficientes para poner punto final a dos años de matrimonio. Y antes de lo que esperaba, Ilina le dio el sí quiero y le convertía en padre.


Conduciendo por la transitosa ciudad se percató de que su actitud de los últimos días había sido desafortunada. Les había ignorado, les había chillado… pero aquello era pasado. Ya tenía firmado el contrato con la constructora, el proyecto era suyo y el dinero también. Nunca había trabajado para una venta con unos ingresos tan elevados y la presión le había pasado factura.


Sin darse cuenta, llegó a casa. Con el mando accionó la puerta eléctrica del garaje y aparcó el coche al lado del de su esposa. Apagó el contacto y salió del coche, mientras las puertas se cerraban a su espalda. Sin hacer ruido entró en la casa y andó hasta el salón. Dejó la carpeta con los planos en el suelo, y depositó las llaves y la cartera en el mueble recibidor. En el sofá, su hijita rubia como el sol mañanero, se deleitaba de un helado mientras observaba la televisión.


—¿Qué haces gatita?


—Mira papá —dijo entusiasmada—, no me he manchado la boca con el polo.


—Olé, eres toda una mujer. Ven aquí dame un beso —la pequeña se puso de pie en el sofá y se estiró para rodear con los brazos el cuello de su padre—. Ains mi princesa, ya vas empezando a pesar —dijo Markus con esfuerzo.


—Tengo seis años, soy mayor.


—Por supuesto. Voy a saludar a mamá.


La niña asintió con la cabeza y dirigió su dedo índice en dirección a la cocina. Markus entendió y avanzó hacia la cocina, pero algo le hizo detenerse, de la cocina llegaban un par de voces, la de su mujer le hizo sonreír en cambio la otra… no tanto. Suspiró y se empujó a sí mismo a entrar en la estancia. Ilina permanecía de pie, junto a la mesa con una taza de café en la mano, mientras que Rodina sentada en una silla clavó sus ojos en él. Markus se acercó a su esposa y le besó secamente en los labios.


—Me han dado el proyecto —le susurró.


—Enhorabuena cariño —por el tono de voz, Markus sabía que su esposa no estaba de buen humor, y sabía la razón.


Markus se agachó y besó a Rodina en la mejilla.


—¿Cuánto tiempo Rod? ¿Cómo estás?


—Bien. Voy a casarme.


—Oh, enhorabuena —Markus miró a su esposa, pero ésta tenía puesta la mirada en el suelo.


—Gracias. Mi prometido es italiano, un historiador adinerado de Roma y ha comprado un terreno en Cerdeña. Quiero que vengas a verlo y me construyas la casa.


—Creo que con el divorcio te dejé claro que no quería que me dieras más órdenes.


—Perdona, es la costumbre —Rodina rió, pero a Markus no le hizo ninguna gracia. Ilina con el ceño fruncido y los labios muy prietos lanzó a su marido una inquisitiva mirada.


—Tengo que consultarlo.


—Mi marido os paga, a los tres, la estancia en la isla durante el tiempo que tardes en tomar medidas, inspirarte, lo que necesites… Tómalo como unas pequeñas vacaciones para ti y para tu familia, te noto cansado, sé que las necesitas —Rodina le guiñó un ojo con complicidad, Markus quiso replicarle, pero ella le interrumpió—. Tengo que marcharme. Gracias por el café Ilina, nos vemos pronto.


—De nada, hasta pronto —dijo Ilina.


Ilina ya tenía agarrada la taza de café de Rodina, cuando ésta cerró la puerta trasera de la casa. Markus suspiró y se acercó a su mujer para volver a besarla, pero Ilina se deshizo de sus brazos con un rápido movimiento y se zafó del segundo ataque de su marido.


—No quiero que me toques.


—Ilina…


—Ahora no.



2. La paz


Markus se inclinó sobre su pequeña y la besó en la frente, era una paradoja que con aquel nombre tan sonoro, Kalletanka, tuviera un cuerpecito tan diminuto y frágil. La niña dormía plácidamente elevando su torso al ritmo de su suave respiración. Markus adoraba a su hija y de buen gusto habría permanecido toda la noche observándola, más a sabiendas que Ilina le esperaba en la cama con ganas de bronca.


Mirando disimuladamente su PDA, Markus entró en el dormitorio. Ilina escribía en el portátil sentada en la cama, vestía uno de sus camisones de seda y había dejado caer sus sedosos y brillantes bucles morenos sobre sus hombros. Markus la observó, pero ella con su mirada fija en la pantalla no se percató de la presencia de su marido. Markus buscó una foto en la PDA y dejó el aparato al lado de su mujer. Ilina miró de soslayo la PDA y volvió a centrar sus ojos en la pantalla.


Markus suspiró ruidosamente y comenzó a desnudarse. Parecía tener perdida la batalla, el perdón era algo que Ilina no llevaba muy bien, aunque para ella hubiera que acatarlo. En calzoncillos, pasó en dirección al baño mascullando:


—Me gustabas más en esa foto.


Ilina desvió un segundo la cabeza hacia su marido, pero éste había desaparecido tras la puerta del baño. Ella cogió la PDA y observó la foto, una sonrisa se pintó en sus labios. Aquella foto de ella en bikini a cuatro patas en la cama era la favorita de Markus, él mismo se la había tomado en la luna de miel a Punta Cana. Ilina cerró los ojos y sacudió su cabeza intentando olvidar los buenos tiempos y retomando su cara de mal humor.


—De aquello hace mucho tiempo cielo —le dijo ella al salir Markus del baño.


—Para mí es como si fuera ayer. ¿Te acuerdas cuando…?


—No quiero hablar de eso.


Markus se sentó al lado de su esposa ya metido entre las sábanas. En la pantalla del ordenador pudo leer aquel nombre que le seguía doliendo recordar, Raouf.


—Claro, prefieres hablar con ese antes que conmigo.


—Bien sabes que no es así. Pero, ¿tengo que hablar cuando tú quieres? —Ilina le miró con rabia—. Estos últimos meses no he podido decirte ni mu, ¿y ahora tengo que ser la perfecta esposa? ¿Es eso Mark? Porque si es eso, ¡dímelo! —el tono de ella había ido en aumento­.


—Cariño, estas semanas he estado muy tenso por el proyecto y me he comportado como un completo idiota, perdóname.


—Necesito tiempo para perdonarte.


—El que necesites… pero… por favor, si le prefieres a él, dímelo.


Ilina calló y Markus decidió callar también, se recostó y le dio la espalda a su mujer. Ilina cerró el ordenador, lo dejó en el suelo y posó su mano en el hombro de su marido.


—Mark, te quiero. Te he echado de menos.


Mark se giró recostándose y miró a los ojos a Ilina. Ya sabía que la tenía ganada, su sincera mirada se lo decía todo. Markus acarició los cabellos de ella y la besó. Ilina se tumbó lentamente llevando pegado a su cuerpo los 182 centímetros de piel que la tenían completamente seducida. Markus en un esfuerzo, alargó el brazo y apagó la luz de la mesita dejando la habitación a oscuras.



3. La mañana


Ilina despertó demasiado tarde, la hora del reloj de la mesilla la sobresaltó. De un brinco se puso en pie y salió de la habitación corriendo hacia la de Kalle. La niña no estaba en su cama. Ruidos provenientes de la cocina la alertaron. Nada más cruzar el umbral los vio, sentados en la mesa, con el desayuno en su sitio y como si los últimos 2 meses infernales hubieran pasado sin dejar rastro.


—Pásame una servilleta papá.


—Toma —Markus le tendió una servilleta a su hija, quien al instante limpiaba sus labios  marcados por la leche chocolateada.


—¡Buenos días mami!


Ilina todavía de pie, sonreía viendo a su familia feliz. Besó a su hija en la frente y a su marido en los labios.


—Siéntate Ili, el desayuno está preparado.


—Gracias Markus.


—De nada cielo. Ahm, yo llevaré a Kalle a la escuela de verano, tengo que ir a la oficina a recoger unos papeles.


—Vale —asintió Ilina.


—Síiiii, con papiiiiiiiii.


Markus rió mirando alternativamente a su pequeña y a su mujer, todo volvía a la normalidad.



4. La tentación


Markus andaba por los pasillos de la oficina hacia su despacho. A esas horas tan mañaneras, poca gente paseaba por allí, o dormitaban sobre sus escritorios, o tomaban café en la cafetería.


—¡Markus, tío, enhorabuena! —una palmada hizo girarse a Markus.


—¡Chad, gracias! —ambos se estrecharon fuertemente las manos.


—¿Te va una tentación de chocho para celebrarlo?


—Pues, creo que ya tengo suficiente con la tentación que me proporciona el chocho de mi mujer, pero gracias por la invitación.


—Ostias —Chad llevó su mano a la frente—, dije chocho, ¿en qué andaré pensando?


—Obvio que en chocolate no. Espero que al menos sea en el de mi hermana.


Chad rió empujando con un hombro a su cuñado.



5. La tentación  (2ªparte)


—Hola cielito, dime.


—No me llames cielito por favor —Markus chupó fuertemente de su cigarrillo.


—Perdón, es la costumbre —Rodina reía despreocupadamente al otro lado de la línea telefónica.


En la pantalla del ordenador de Markus un mensaje de email estaba desplegado, el remitente era la mujer con la que mantenía una conversación.


—Bien, ya te he llamado, ¿ahora qué?


—Necesito verte una vez más, sin tu esposa, sólo tu… y yo…


—Puedes quedarte sentada de por vida Rodina.


—Arg Mark sigues igual de soso —Rodina se lo pasaba en grande manipulando a la gente, sobre todo a él—, normal que Ilina se tirara a ese africano —y haciéndole daño.


—¿Podemos dejar de hablar de mi vida sentimental e ir directamente al grano? —Mark se recostó en su silla de cuero posando los pies sobre la mesa del despacho.


—Giuseppe Luigi ya ha comprado los billetes, te llegaran por correo certificado mañana.


—Ajam —Mark volvió a filtrar a través de sus pulmones una nueva bocanada de nicotina.


—En el sobre te he preparado el planning. La dirección del apartamento, la hora de la reunión, ya sabes, me gusta tenerlo todo bien atado.


—Por desgracia lo sufrí un tiempo, suerte que me pude desanudar los huevos a tiempo de que me los estrangularas para siempre.


—No soy el demonio que me haces parecer ser, sé que te divertías mucho conmigo.


—Si para ti divertirse es querer el suicidio, sí, me divertía mucho contigo “cielito”.


—Espero tu llamada. Un beso. Te qui…


El final de esa palabra fue inaudible para Markus, había colgado a tiempo para no tener que sufrir auditivamente esa tortura. Miró el email, lo suprimió y volvió a dar una fuerte calada a su cigarrillo. Bajó los pies y se deshizo del agobio de la corbata, tenía mucho calor. Desvió su mirada al cajón, suspiró y sin más dilación lo abrió. En su interior, una foto de Rodina oculta entre unos papeles fue asida por sus temblorosos dedos. La observó, su risa, podía sentir su perfume rodeándole…


—¡Mierda! ¡Joder!


Unos tacones lejanos se fueron acercando, Markus escondido tras el bureau espetó:


—Te he dicho que no quería que me molestara nadie… —pero no era la secretaria.


—¿Para qué deleitarse con esa copia de la realidad, si tienes el objeto representado delante?




6. La tentación (3ª y última parte)


Rodina salió aceleradamente del despacho acentuando su cabalgada aún más con el sonido de los tacones sobre el parquet. Markus intentó alcanzarla, pero ella ya se había introducido en el ascensor. Él suspiró apoyando su nuca en el resquicio de la puerta y golpeándose levemente la cabeza sabiendo que había metido la pata.


—Entre dentro jefe.


Nandy colocó una mano en el hombro de Markus y le hizo introducirse en el despacho. La secretaria cerró la puerta y se volvió para mirarle, era su perdición aquel hombre… Ella le dirigió a duras penas hasta el asiento y le obligó a descansar mientras le ponía una copa de whisky.


—¿Qué hacía esa furcia en su despacho? ¿No estaría haciéndole lo que no me deja que practique con usted, verdad?


—Nandy, ¡cállate! —Markus ladró sin tener a quien morder.


—Perdón jefe, intentaba quitarle hierro al asunto.


—Perdona Nandy, no estoy de humor, déjame solo.


La secretaria salió sin hacer ruido y le dejó solo, con sus pensamientos y sus remordimientos. Había estado cerca… muy cerca de estropear su vida sentimental. ¿O, con eso bastaba para tirar toda su relación al traste? Malditas tentaciones de chocho…


Markus descolgó el auricular.


—¿Chad? Necesito chocolate tío.


En la cafetería de enfrente del edificio de oficinas, Markus fumaba esperando a su cuñado Chad. ¿Podría contárselo? Era peligroso, era un bocazas, si le contaba algo a Naia, su hermana se lo contaría a su mujer y entonces estallaría la guerra. Pero necesitaba contárselo a alguien, había… había hecho… casi… ¡Puff!


—Toma, aquí tienes tu tentación.


—¡Gracias! —Markus clavó la cuchara en el bol y se metió en la boca un buen trozo.


Con la boca llena Markus habló:


—¿Cómo está Naia?


—Bien, salida como una mona, como siempre.


—Me alegro de vuestra salud sexual.


—Gracias. Hace tiempo que Naia espera que vengáis a cenar un día, a ver si os animáis, siempre tan ocupados, sin dejarnos disfrutar de nuestra sobrinita.


—Mea culpa, el proyecto.


Markus apagó su cigarro y bebió de su café, al levantar la vista se dio cuenta de que los ojos de su cuñado estaban fijos en los suyos.


—¿Qué pasa Markus? ¿Qué te preocupa? No es habitual que quedemos a tomar algo juntos.


—No me caen bien los hombres que se follan a mi hermana —Markus sonrió a Chad—, por eso no quedo con ellos. Pues no me pasa nada, y me pasa todo, tengo un lío de tres pares de cojones.


—Cuenta —Chad se llevó una cucharada de delicioso helado de nata a la boca.


Markus comenzó a narrar mientras recordaba lo que había ocurrido…



—¿Qué haces aquí? —Markus se levantó rápidamente de la silla.


—¿Por qué no te callas un poco?


Rodina dejó el abrigo y el bolso en la silla y rodeó el bureau hasta llegar a la altura de Markus. Él clavó su mirada en los zapatos sintiendo como su respiración se aceleraba. Rodina le cogió de la barbilla obligándole a mirarla a los ojos, sabía que una vez hecho el contacto visual, lo tendría atado y entregado a sus juegos. Markus no pudo resistirse y la besó.


Markus no podía creer que lo estuviera haciendo. Cerró los ojos renegando en el fondo de su mente aquello y castigándose por el placer pecaminoso que estaba experimentando. Rodina estaba llevando a cabo lo que más deseaba, hacerle sentir sucio, infiel, inmundo, odioso… y para colmo haciéndola disfrutar, pero no podía detenerse.


Ella tiraba de su cuerpo, intentó besarle, pero Markus apartó la cabeza y su mirada fue a posarse en la foto de su familia que reposaba en el escritorio. Una serie de imágenes se pasaron por su mente, la sonrisa de Ilina, las manos de Raouf en las caderas de Ilina, la sangre corriendo por su labio, los claros ojos de su hija y su dulce voz: “Todas las princesas encuentran a su príncipe. Mamá te encontró a ti, papi”.


—No —la voz de Markus era una mezcla de susurro y de gemido—, no puedo Rod.


Con fuerza Markus se retiró y se apoyó en la pared. Rodina cerró las piernas y le miró odiándole.


—Te vas a arrepentir de esto toda tu puta vida Markus.



—Y la vi salir corriendo por la puerta, me abroché los pantalones e intenté alcanzarla, pero ya estaba en el ascensor. No pude...


—Entiendo —Chad le miraba con los ojos como platos—. ¿Por qué no me ocurren cosas así a mí? Joder, ¡qué afortunado eres! Sexo en la oficina, como en las pelis.



7. Joder Kalle


El portazo que Markus dio a la puerta hizo que su hija corriera a su encuentro. La pequeña frenó su carrera derrapando sobre el encerado suelo casi cayendo sobre su padre.


—Joder Kalle, ¿cuántas veces te tengo qué decir que no corras?


—¡Perdón papá, me asusté! —un brillo nació en los ojos de la pequeña.


Markus observó cómo su exaltado tono provocaba dicha reacción en su hija y la atrajo hacía si estrechándola entre sus brazos. Kalle apoyó su cabeza sobre el hombro de su padre y se agarró con fuerza a su cuello. Markus se levantó y caminó llevando a su hija amarrada como un monete.


—Perdona a papi por chillarte bebé —susurró Markus a su hija.


La pequeña despegó su cara de la camisa de su padre y le besó en la mejilla. Markus entró en la cocina, donde Ilina preparaba camembert rebozado con mermelada de frambuesas, uno de los entrantes favoritos de ambos. Él se acercó hasta su mujer y esperó que ella se diera la vuelta y le besara levemente en los labios.


—Has venido pronto, ¿ha ido todo bien Mark?


—Sí. He estado recogiendo un poco la oficina, firmando documentos, ¿ya sabes? Burocracia.


—Ajam. Por cierto —dijo Ilina girándose a la vez que limpiaba sus manos en un trapo de cocina—, los billetes de avión llegaron por mensajero hace un rato. El vuelo sale pasado mañana.


—¿Tan pronto? —Markus se cambió de brazo a Kalle, ya pesaba lo suyo.


—Pues sí, ¿podremos irnos para entonces?


—Por mí, sí —Markus asintió enérgicamente—. ¿Nos dará tiempo a preparar las maletas?


—Nos sobrará tiempo, ya sabes que soy buena haciendo maletas.


Markus miró afirmativamente a su esposa y le sonrió amistosamente. ¿Por qué le costaba tanto disimular que había tocado lascivamente a Rodina? Sabía que tenía que esforzarse para que ella no sospechara nada, le conocía demasiado bien y temía que le pillara desprevenido. La volvió a besar en los labios y se sentó frente a la mesa con la intención de echar un vistazo a los pasajes. Kalle dormía tranquilamente en sus brazos, por lo que intentó no despertarla.


Como bien había dicho Ilina, los billetes estaban fechados para dentro de dos días. El nombre de la compañía del vuelo le hizo sonreír. El sonido de dejar caer el camembert en el aceite resonó en el ambiente.


—¿Tantos millones para hacernos volar en CutrorAir?


—Creo que es la única compañía que vuela directamente desde aquí hasta Cagliari —Markus se giró sobre la silla para mirar a su mujer.


—¿Y qué me dices de su jet privado? ¿No puede acercar a su prometida y a su arquitecto y familia?


—Quizás no tenga jet —Ilina intentaba excusar al italiano.


—Por la Virgen de la teta peluda, ¿cómo no va a tener? ¡Es rico!


—Deja a la Virgen esa en paz cariño, cada vez que la nombras me da un escalofrío.


Markus puso los ojos en blanco sin saber porqué a su mujer le molestaban tanto sus expresiones, era algo que nunca llegaría a entender.


—Perdona —tras un breve silencio—. Bueno… nos vamos de viaje.


—En efecto. A ver, prueba —Ilina se acercó con un trozo de queso y mermelada.


Markus cogió el trozo que le tendía su mujer con el tenedor y saboreó su aroma y su textura.


—Delicioso, como tus besos.


Ilina sonrió y se agachó para besar a Markus con dulzura.



8. CutrorAir


—¿Cómo que tengo que facturar? —Ilina no solía alzar la voz, pero cuando su paciencia se agotaba podía ser muy felina.


—A ver señora —la muchacha de la ventanilla no parecía perder la calma—, se equivocaron al marcar el tipo de documento en la facturación, debieron poner Pasaporte, no DNI.


—¿Y no pueden cambiarlo ustedes?


—Me temo que eso no es posible. Pase por el mostrador de facturación de la compañía.


La fría mirada de Ilina y su suspiro hizo temblar a Markus.


—No te preocupes cariño —acarició el hombro de su mujer—, es solucionable, no te vas a quedar en tierra por eso.


—¿Mami no puede venir?


—Claro que puede venir, sólo tiene que hacer unos papeles.


Markus observó como Ilina se dirigía hacía el mostrador con paso ligero, estaba cabreada, pero ella tenía la culpa por no nacionalizarse, él se lo había sugerido miles de veces, pero ella parecía aferrarse demasiado a sus raíces.


Ilina le hizo señas a Markus, y éste arrastrando las maletas y redirigiendo a la pequeña Kalle se acercó.


—Dame 40€ Markus tengo que pagar las tasas de facturación de la maleta.


—Espera que saque la cartera.


Markus dejó las maletas y buscó en sus bolsillos, le tendió un billete de 50.


—Recuérdame que sea la última vez que vuele con estos indeseables.


—¿Con quién: con CutrorAir o con Rodina&Company?


—Con ambos.



9. Vuelo 4839 last call


“Last Call to the Fly 4839 to Cagliari” Markus dio un salto en la perfumería, agarró a Kalle de la mano y gritó:


—Ilina, última llamada del vuelo, deja las putas colonias.


—¡Ay Dios Mío qué lo perdemos!


La familia corrió buscando la puerta de embarque arrastrando consigo las maletas. Por suerte para ellos el aeropuerto era pequeño y no les costó llegar a la larga fila. Asfixiados por la carrera su respiración se fue calmando poco a poco. Sin problemas pasaron el control y bajaron las escaleras en dirección al avión. ¿Autobús? ¡Para qué si los pasajeros tienen unas fuertes piernas! Subieron al avión por la parte de la cola, para aquel entonces todos los pasajeros estaban sentados y las maletas ocupaban su sitio reservado en los portaequipajes. Todos parecían viajar con equipaje de mano. Un roce en su muñeca hizo girarse a Markus, Rodina estaba sentada en uno de los asientos.


—¿Dónde os habíais metido? ¡Os he estado buscando! —Markus alzó los hombros—. Da igual, ya hablaremos. Por allí delante hay sitio.


—Gracias Rod.


Markus siguió adelante hasta llegar al principio del avión sin encontrar un hueco para las maletas. Ilina ya se había sentado con la niña reservando 3 plazas que por suerte quedaban relativamente cercanas. Un mozo de equipaje le hizo señas y Markus sin saber muy bien que le decía le acercó las maletas pensando que las guardarían en algún compartimento especial, para cuando se dio cuenta, las estaban metiendo en la bodega del avión.


—¿Pero qué? ¡Espere! Llevamos la documentación ahí, puede pasarme la maleta verde, ¿por favor?


—No —la negación seca y rotunda de aquel hombre hizo palidecer a Markus.


—No se preocupe, no se van a perder, no pasara nada —una mujer sentada en la primera fila le calmó.


Markus agachó la cabeza y se dirigió hacía su familia sin saber cómo explicarles aquel bochornoso incidente sin que Ilina decidiera montar un numerito.


—Espero por el bien de la compañía que no nos roben o pierdan las maletas, sino les pienso denunciar —Ilina había cruzado los brazos y puesto morritos de enfado.


—Siéntate tú ahí, yo iré al lado de Kalle. Intenta dormir un poco, nos espera un duro día.



10. Para ser conductor de primera…


La cara de Ilina cambió al ver aparecer las maletas por la cinta transportadora. Markus agarró las maletas y las depositó suspirando en el pavimento. Rodina comenzó a caminar hacia la salida y la familia les siguió.


—Bueno. Allí tenéis el mostrador de información, podéis recoger alguna guía. Y por aquel pasillo —estiró la mano y señaló— están las compañías de coches. Me están esperando fuera, nos vemos en Pula esta noche.


—Hasta luego Rodina —Markus la miró de soslayo, ¡cómo le gustaba mandar!


—Arrivederci Rodina —Ilina rió ante su atrevimiento.


Rodina borró la sonrisa de la cara y se alejó. Markus cogió de la mano a Kalletanka y tiró de la maleta siguiendo de cerca a su mujer, quien ilusionada ya hablaba con la señora de la ventanilla de información.


—Scusi…


Markus se abstrajo, Rodina aún le rondaba por la cabeza, menudo viajecito le esperaba. Antes de lo que esperaba Ilina apareció con un par de guías en su mano y una amplia sonrisa. Caminaron en silencio por el pasillo de las compañías de alquiler de coches decidiendo cual debería ser la mejor.


—Elige Kalle —Markus estaba totalmente desganado.


—Me gusta el cartel verde de allí.


Antes de que acabara la frase la niña, Markus ya se dirigía hacía allí. Complicated Car había sido la escogida. Si no habían tenido suficientes problemas con el pasaporte, el vuelo y las maletas, ahora tocaba la dichosa tarjeta de crédito. Por suerte, Ilina había cogido una de ellas por lo que pudiera pasar, ¿tan difícil era comprobar que la de débito tuviera dinero y poder abarcar el margen económico necesario para el seguro del coche?


Ilina tomó el mando de la nave y contrató un conductor adicional y un seguro por robo, había que echar la casa por la ventana. Por contradicción a las peticiones de Markus, las llaves del Nissan Micra rodaron por su mano.


Con la cara más larga que sus piernas, Markus caminó hasta el aparcamiento.


—¡Mami mira, una moto rosa como mi Barbie!



11. …acelera


Nada más pisar lo que se suponía que era la autovía, Markus maldijo aquella isla. 20 metros para una incorporación no era necesario, un metro de altura para la valla del carril de la izquierda no era necesario, un par de carriles justitos en anchura no era necesario, como tampoco un arcén de medio metro o un área de descanso de 30 metros cada kilómetro, todo aquello no era necesario. Y por supuesto, no era agradable que te adelantaran a 130km/h en una carretera de 50km/h diciéndote “bafan culo” y pitándote como descosidos.


No era gracioso el precio de la gasolina, aunque sí su nombre benzina. No ilusionó a Markus ver que todos los aparcamientos eran zona azul y qué hubiera que perderse por el barrio en el que tenían la casa para poder aparcar, aunque era lo malo de alquilar en una calle céntrica con tal nombre irrisorio, vía Sonnino.



12. Misteriosas fotos


La señora de la casa, o mejor dicho una persona de confianza de la señora de la casa les esperaba en el portal. Kalletanka saltaba ilusionada por la calle mientras Ilina y Markus se intentaban entender entre el italiano y el inglés. La señora les acompañó al sexto piso a través de un ascensor de puertas manuales y un sonido atemorizante para cualquiera.


Un “wow” se escapó de la boca de Markus ante la visión tan tétrica de semejante casa. Era como una película de terror. Ilina perseguía a la señora, quien le mostraba amablemente el piso.


—Mira papi, se ve el mar —Kalletanka miraba por encima de la barandilla del amplio balcón.


—¿Qué bonito verdad hija? —dijo Markus mientras se sentaba en una de las butacas en las que poder descansar.


—Síiiii.


Ilina estaba fascinada con el salón, con una mesa redonda enorme, unos sofás comodísimos, un aparador precioso y tantos libros antiguos que no sabía por qué título empezar a leer. El baño era pequeño pero tenía su termo eléctrico y estaba aseado. La cama de matrimonio era dura, había un amplio armario donde colgar todos los trajes veraniegos que había traído y una estantería muchísimo más grande que la del comedor. Una cocina impecable con todo lo necesario para poder hacer vida al instante.


—¿Has visto las fotos del cuarto de la niña? —preguntó Markus—. ¿Crees que será gente muerta de su familia?


—Ains Mark no me hagas pensar en eso.


—¿Ya se ha ido la mujer? —Ilina asintió—. Voy al baño se me sale el zuruto.


—¡Tienes que ser tan gráfico y escatológico!


Markus rió y corrió en dirección al baño. El sonido de una puerta al cerrarse hizo suspirar ruidosamente a Ilina.



13. Pululando por Pula


Llevaban esperando 20 minutos cuando el Maserati de Giuseppe apareció. Sin pensárselo, el adinerado italiano lo aparcó donde mejor le pareció. Rodina descendió del coche con un vestidito precioso, Ilina por el contrario había escogido un vaquero con una camiseta de tirantes. Markus abrazó a su mujer por la cintura y les sonrió.


—Perdón —Rodina rió fuertemente—. Hemos llegado tarde, nuestras disculpas.


—Io sonno la culpa —Giuseppe Luigi también abrazó a su prometida—, io llamaba a la shop de camas. La mia Rodina e io hemos roto tres camas, ¿e bella ragazza? —Markus puso los ojos en blanco, odiaba a los italianos y sus aires de grandeza.


—¿Por qué no probáis con somieres de tablas reforzados? Es lo que hicimos nosotros, ¿a qué si Mark? —él la miró sorprendido por el atrevimiento y afirmó con un movimiento de cabeza a la vez que ampliaba su forzada sonrisa.


—¡Questa cossa no sirve! Mi Rodinita es una tigresa en la cama —Giuseppe rugió como un tigre y besó a Rodina.


Antes de ir a cenar, callejearon por el precioso pueblo, qué caída la noche aún todavía era más espectacular a la tenue luz de las farolas. Markus e Ilina de la mano, observaban cómo los prometidos se hacían miles de carantoñas, sin saber muy bien si seguirles en sus juegos o permanecer respetuosos ante la atenta mirada de su hija.


—Questa baldosa es de muchos annis antes del Jesucristo, cuandi la colonia originale de los pueblos italianos… —Markus desconectó al instante, seducir a las mujeres con historietas de romanos, qué truco más viejo. Cinco minutos, o lo que le parecieron cinco eternos minutos a Markus…—. ¡Una maravilla!


—Lo es amor —Rodina no dejaba de mirar a su amorcito con ojitos de corderito enamorado de la suavidad de su barriguita lavada con Perlán.


Durante la cena, en un típico restaurante italiano del pueblo, Giuseppe se mostró tal cual era, es decir, desmesuradamente rico. No le importó sacar los kilos que fueran necesarios de marisco al precio por 100 gramos que costaba. La cuestión era ganarse a las mujeres, porque Markus ya tenía decidido odiarle toda su vida.


—Markus —un codazo hizo que él mirara a su mujer—. La niña está molestando a aquellas chicas, ¡acércate y tráetela!



Kalle estaba en la otra punta del restaurante entre cuatro chicas jóvenes y guapas que reían estruendosamente.


—¿Molestando? La morena del vestido la tiene sobre las rodillas y está jugando con el gatito de Kalle, ¿crees que las está molestando? ¡Se lo están pasando pipa! —y bajando la voz—. No como yo que me estoy sobando, qué coñazo de tío.


—Markus debes ser más agradecido —Ilina abrazó por el cuello a Markus simulando decirse ñoñerías—, con todo el dinero que te va a pagar…


—Perdonarme, voy al servicio —dijo Rodina levantándose de la mesa.


—Quiero irme de esta isla lo antes posible —le dijo Mark a Ilina sin mirar a Rodina.


—Aguanta amor —y besó a su esposo.



14. ¡Qué estupor!


Rodina sentía que necesitaba refrescarse, Markus le ponía a cien y odiaba ver a Ilina poniéndole las manos encima a quien había sido suyo. Mirándose al espejo murmuró un “puta” con el que se le llenó la boca. Se puso brillo de labios y empujó la puerta topándose con una chica que entraba en ese momento.


—Señor, ¡qué estupor! —Rodina andó con paso firme y se sentó en su asiento ampliando dolorosamente su sonrisa.


Ilina y Markus se besaban y Rodina desvió su mirada a la luz que salía por la ventana de los lavabos con ganas de volver y vomitar un rato.



Benzina salió de los lavabos con una sonrisa en los labios. Regina continuaba jugando con la niña misteriosa ante la atenta mirada de Ciara y Filipa. Benzina estaba feliz de poder celebrar su cumpleaños con sus amigas, eran guays cada una a su manera. Con la que mejor se llevaba era Filipa, quizás porque ambas eran bastante mandonas y porque Filipa repetía como un monito todo lo que ella decía.


—¿Los baños están potables? —dijo Regina mientras seguía tonteando con el gatito rosa de la niña.


—Todo correcto —replicó Benzina riendo.


Ciara y Filipa comentaban la sanidad en Ucrania, un país del que las dos habían vuelto tras realizar un reportaje para la televisión. El último reportaje sobre la contaminación lumínica no había gustado y les habían castigado mandándolas a donde Cristo perdió el gorro.


—No sé de qué os quejáis, al menos tenéis un trabajo decente —Regina la única sin trabajo odiaba que se quejaran, cuando ella era la única con el poder legal de quejarse.


—Cuando seas una escritora de éxito que cobre millones por las novelas, no te quejarás tanto —Ciara intentaba animarla.


—Cuando eso pase, que lo pongo en seria duda, no me quejaré. Hasta entonces… ¿no puedes dejar de comer? —Regina le propinó un codazo a Benzina.


Benzina dejó por un instante de sucar con el pan en el caldo de los spaguettis marineros para reírse sonoramente.


—Ay, espera que te haga un vídeo, me encanta como comes, disfrutas tanto —Filipa y sus vídeos, para algo era cámara.


Tras una deliciosa pizza, una mínima ensalada, un pulpo con patatas hervidas (caldito sucado por Benzina), unas olivitas (aceite sucado por Benzina) y los riquísimos spaguettis que muy sabiamente Benzina había disfrutado de su salsa con varios trozos de pan para mojar… aquellas Spice Girls sin Gery salieron del restaurante dejando a una Kalle triste tras perder a una amiga. Regina sentía tener que dejar allí a la que de buen gusto habría secuestrado.


—Te estás haciendo vieja Regina, se te nota el instinto maternal —Regina abrazó por los hombros a Ciara dándole la razón.



15. A bored night.


—Creo que cuando la chica dijo, sólo hay fiesta los sábados, quería decir que sólo hay fiesta los sábados… —Regina cansada de conducir desde Pula hasta Cagliari y tras la ascensión de las empinadas calles de la ciudad para nada, sentía que iban a perder la noche.


—¡No lo jures! —Ciara a su lado la miró de soslayo y casi susurrando dijo—. Recuerda que es el cumpleaños de Benzina, si ella quiere fiesta habrá qué encontrarla.


Regina suspiró ruidosamente mientras echó una ojeada a las dos que venían detrás. Filipa con sus tacones se apoyaba en Benzina, quien bebía de una cerveza caliente con ansia. Regina agarró del brazo a Ciara y la hizo esperarse hasta que aquellas dos borrachas les alcanzaron.


—En esta ciudad hay estupor in the ambient —Benzina comenzaba a vaporizar alcohol por sus poros.


—¿Estupor in the ambient? —Filipa preguntó casi afirmando—. Qué estupor, qué cutror, ¡estupor in the ambient!


—Dios —gimió Regina—, necesito algo de alcohol para soportarlas durante toda la noche.


—Yo necesito animarme con un OrangeCow —Ciara que no tomaba alcohol ponía malas caras.


Llevaban recorrida la mitad de la calle supuestamente llena de pubs, oh sí rebosante, y por allí no habían visto ningún letrero luminoso, ni de puticlub, ni de pub, ni de bar, ni de nada. Era la ciudad más aburrida que habían visto en su vida. Benzina miró sonriendo a Filipa y ambas se entendieron. Sin pensárselo cruzaron la calle y se acercaron a un grupo de italianos que intentaban sacar tabaco de una máquina. Con unas señas, Ciara y Regina les siguieron.


—Nos han dicho que están en un pub, vamos a seguirles —Benzina se había emocionado.


Nada más entraron en el supuesto pub, se miraron con una cara estuporosamente preocupante y a la vez estuporosamente alegre. Aquello no era un pub, era un karaoke.


—Dos caipirinha, Reg tú un margarita, ¿no? —Regina afirmó con la cabeza—, un margarita y un OrangeCow. Gracie!


Mientras los italianos rapeaban en su idioma, Ciara se animaba con su bebida energética y las demás se alcoholizaban un poco más, decidieron que canciones cantar. Empezando por una de Shakira, les seguiría una de Tiziano Ferro en italiano (cantada sin tener consideración al idioma), la Macarena… y alguna que otra más.


Medio borrachas, a excepción de Ciara, y cansadas, volvieron a casa.



16. Collons, recollons.


Resacosa y sin ganas algunas de conducir Regina portaba la bolsa llena de sándwiches, sus amiguísimas con ojeras más oscuras que el cabello de Filipa la seguían de cerca. Cargaron el coche con las toallas, las bebidas y todo aquello que les fuera útil para su largo y tedioso viaje a Alguero y enfilaron ruta. Regina salía del aparcamiento cuando un vendedor ambulante de color les saludó.


—¡Yeah españolas!


Regina le despidió con la mano recordando el humillante suceso del día anterior. Llegaban de una mañana en la playa de Villasimius, tras una hora de conducción y un pelín quemadas por el sol, cuando vieron al vendedor/gorrilla.


—Hasta en Cagliari hay gorrillas —dijo Benzina.


—Yo no le pienso pagar —había dicho Regina, más agarrada que un catalán.


—Algo le daremos, espera —Filipa buscó en su cartera y sacó 50 céntimos—. Dale esto.


—He dicho que no le pienso pagar, dáselo tú.


—La conductora paga —Filipa dejó risueña la moneda en la mano de una Regina malhumorada.


Regina se había acercado al vendedor/gorrilla ante la atenta mirada de sus amigas. La conductora suspiró y miró a los ojos a aquel hombre, mostrándole los 50 céntimos dijo:


—Toma.


El vendedor/gorrilla le negó con la cabeza y le mostró los calcetines. Regina negó con la cabeza rechazando querer comprar calcetines.


—¿Españolas?


Desde entonces, siempre que se cruzaban con el vendedor/gorrilla les saludaba con un “Yeah españolas”. Y aquella mañana en la que Alguero, una ciudad de antepasados catalanes les esperaba, no fue menos.


No es mucho decir si transcurrieron cuatro horas de camino. Aquellas inexpertas aventureras habían escogido mal la trayectoria hacia Alguero, pudiendo ir hasta Sassari en autovía y de ahí bajar, habían escogido la ruta directa a través de las aclamadas carreteras de cabras. ¿Por qué ese nombre? Pues porque simple y sencillamente, las cabras podían atravesar la carretera como les ocurrió a escasos 15km de Alguero. Y no solo habían pasado por desfiladeros, lagos preciosos, caminos de cabras, gasolineras apestosas, pueblecitos perfectos para un retiro espiritual… sino también por unas… mmm… pongamos por número… unas 20 horquillas, y no del pelo precisamente, sino curvas cerradas, de 180º, algunas de las cuales Regina tomaba a lo Fernando Alonso. Cuando el conteo llegó a 10, Regina dijo:


—Y una horquilla más.


—Collons, recollons.


La última frase de Benzina las inundó de risas.


—¡Qué estupor! ¡Qué cutror! ¡Estupor in the ambient! Y ahora… ¡collons, recollons! —Filipa era el mono oficial de repetición del viaje.


—¿Qué son esas rallas? —preguntó Ciara al ver unas rallas blancas pintadas en el asfalto.


—Parecen marcas para Rallies… ¡Sí, hay rallies en Cerdeña! Guau, 150 metros ras, curva cerrada a la derecha, ras… —Regina se estaba flipando—. Horquilla a 200 metros…


—Collons, recollons —repitió Benzina saltando de nuevo las risas entre sus compañeras.



17. Catapúm, chimpún… pulgares arriba.


Tras comer en una playita de Alguero, caminaron por el Bastión mientras la azotada brisa mesaba sus cabellos. En una de las torres habían conversado con un hombre de Barcelona, que con un perfecto catalán les mostró en un mini-mapa los puntos de interés turístico de la ciudad. El puerto, el paseo hasta una de las playas más bonitas de la isla, las imágenes de la virgen del Carmen, las torres que adornaban el Bastión…


Hacía demasiado calor y decidieron tomarse un helado. ¿Qué podía faltar en un viaje? Los suvenires, síii, los regalitos a los familiares y amigos, síii, ¡qué crisis ni que crisis, echemos la casa por la ventana! Pero no la casa de cerámica que Benzina había comprado para la colección de su madre, si no la casa de chucherías que desvalijaron y zamparon…


—Quiero una foto con Jack Sparrow —dijo Regina al ver una figura a tamaño real de un Johnny Deep caracterizado.


—Yo quiero una foto con los fresones estos, son enormes —comentó Ciara.


Unas fotos montadas a lomos de potentes cañones, fotos sentadas en los poyetes cercanos al mar, fotos mirando suvenires, la cosa era hacer fotos sin ton ni son…


Al llegar a la Chiesa más importante de la ciudad se pensaron entrar, estaba en obras y la entrada estaba cubierta por un plástico de enormes dimensiones. Regina inspirada en una Lara Croft aventurera pasó a través del plástico al interior quedando cegada por la oscuridad de la Iglesia. Tras recobrar la vista se sumergió en las entrañas de aquel edificio de culto seguida por sus compañeras, al llegar al final de las primeras escaleras escuchó un “catapúm chimpún” y se giró sobresaltada. En el suelo una Filipa levantaba el pulgar con cara de dolor, mientras unas inglesas sentadas en un banco cercano reían del mal ajeno, señoritas eso es pecado, muajajaja, irán al infierno.


—¿Estás bien? —le preguntó Ciara preocupada por la salud de su amiga.


—Creo que me he torcido el dedo —Filipa elevó su pulgar.


—Intenta moverlo, si no puedes te tendremos que llevar al médico —había dicho Regina, mientras Benzina reía moderadamente sintiendo a la vez pena por su amiga.


—Puedo moverlo, pero me duele.


Ciara y Benzina ayudaron a levantarse a Filipa e igual que entraron salieron de la Iglesia. Al momento enfilaban una calle empedrada cuando una señora les llamaba sin entender qué quería, algo de una mochila entendieron, pero no era suya. Filipa seguía doliéndose de su dedito mientras Benzina hablaba con su novio por el móvil. Para recordar el suceso, decidieron realizar una fotografía con los pulgares arriba, ya sabéis, la cuestión era hacer fotos. Un helado sirvió para enfriar la inflamación del dedo de Filipa y para sellar el finiquito de la visita a aquella ciudad.


La vuelta a Cagliari fue mejor planificada, subieron hasta Sassari y desde allí en autovía hasta la capital. Viaje más cómodo, más rápido, pero menos bonito. Benzina de copiloto intentaba sin esforzarse dar conversación a una Regina conductora. Hablaron de cine, de DVD, de aparatos electrónicos… De todo un poco mientras Ciara y una Filipa “pulgares arriba” dormían plácidamente.



18. La Batcueva


Un nuevo día amaneció y era el último hábil en la isla, las vacaciones sin remedio se terminaban. Esa jornada la habían reservado para visitar la ciudad, se acercaron al Orto Botánico, un lugar de lo más curioso. Plantas habían muchas pero no estaban colocadas de manera seductora, era simplemente el lugar preferido de los estudiantes de Bilogía de la Universidad local. Nada más entrar comenzaron a arrepentirse, pero el cansancio del viaje se apoderó de ellas y pasearon más calladas de lo normal entre la flora y la fauna autóctona.


—Ahí hay una cueva —dijo Regina.


—Entremos —la siguió Benzina.


—A mí me da asco entrar ahí, paso —Filipa se sentó en un tronco de madera a esperarlas.


Dentro de la cueva, unos animalillos salieron volando casi chocando con sus caras. Una Ciara asustadiza salió corriendo al confundir unas maripositas con murciélagos. Benzina rió por la cursilería de sus amigas mientras Regina se adentraba más y más en la cueva.


—Benzina ven, mira un bunker nuclear.


Benzina se adentró en la sala, el eco era increíblemente repetitivo y el frescor asemejaba aquel recinto a una nevera. Se estaba demasiado bien allí.


—Voy a intentar convencer a estas para que vean el bunker.


Pero Regina solo convenció a Filipa, y Benzina seguía móvil en mano realizando un reportaje video gráfico para su amado novio. Una hora sirvió para relajar a unas agotadas viajeras, no había mucho que ver, pero era un delicioso y agradable lugar donde restar a la sombra de un árbol para pensar, para charlar… A la salida depositaron unos papelitos en un árbol de los deseos y subieron de nuevo la empinada cuesta hasta el coche pasando por el Anfiteatro Romano, donde nadie pagaba por entrar a verlo y se conformaban con deleitarse de su majestuosidad desde las vallas.





19. Filipa lo flipa


Por la tarde salieron para recorrer lo que les quedaba de ciudad. Primero se dirigieron a la Panorámica de Bonaria situada al lado de la Basílica del mismo nombre en la que una virgen similar a su Virgen de los Desamparados lucía orgullosa en una esquina del altar. En un edificio colindante, un convento parecía, un pozo de forja se situaba en el centro de un patio de luces, mientras una capilla interior recordaba al fallecido papa Juan Pablo II. Pasearon por la calle principal de la ciudad, Via Roma, viendo el Ayuntamiento, el Palacio Municipal, el Puerto y el ancla, ¿todo ello acompañado de qué? Pues de fotos, sí, y de una charla bastante amena, ¿cómo podía un violinista meter mano a Ciara en un cine? ¿Qué pervertido intentaba besar a una chica en vez de ver una película?


Subieron por el casco antiguo hasta la Torre del Elefante, el Bastión de Sant Remy y la Catedral de Santa María del Castillo, todo resumido con fotos:


—¡Dádmelo todo chicas! —había imitado Regina a los fotógrafos profesionales, sacando la foto más natural de Filipa y Ciara.


Volvieron a casa a cenar y a arreglarse. Y con muchas, pero que muchísimas ganas de fiesta condujeron hasta la playa de Poetto donde se suponía que también habían pubs. Qué sorpresa más grande, NO HABÍAN PUBS. Unos puestos servían bebidas con música ambiente mientras en la playa unos mini conciertos recogían a pequeñas congregaciones de personas. Un concierto reggae-étnico, un grupo de heavileras (chicas cantando heavy, sí, es cierto), ¿si aquello era fiesta? que viniera Dios y lo viera. ¿Qué se podía hacer para reprimir la frustración? ¿Adivinais? Pues claro, ¡fotos!


Aún les quedaba la aclamada discoteca The Circle. Perdidas en la jungla de la noche decidieron preguntar en una gasolinera donde se ubicaba exactamente la discoteca.


—Escusi, ¿the disco The Circle?


—Yes, tutto dietro.


—Grazie! —respondió Filipa—. Aquí es siempre tutto dietro —y rieron.


No es mucho decir si dieron 3 cambios de sentido hasta que Filipa dio de pura casualidad con la discoteca. Un edificio muerto, sin iluminación, sin música, sin ganas de fiesta… No se lo pudieron creer, ¿dónde se divertía la gente aquí? Aburridas de ir sentadas en el coche, de no poder bailar y desahogar sus ganas de contonearse, angustiadas por la sosez de la isla entera encaminaron Via Sidney Sonnino hacia su apartamento, no les quedaba más remedio que irse a dormir, su vuelo despegaba a las 6:30.


Llegando al apartamento divisaron una crepería, era lo único abierto dentro de la ciudad que habían visto mientras regresaban. Filipa lo flipaba, pero en colores, no entendía cómo no habían bares, pubs, alguna tienda, algo abierto a aquellas horas.


—Vayamos a tomar algo aunque sea —propuso Regina.


—Sí, por favor, vaya noche más estuporosa —convino Benzina.


Aparcaron el coche en el parking de enfrente del apartamento y enfilaron la calle hacía arriba dirección a la crepería.


—Yo quiero un crepe de chocolate.


—Yo lo mismo Regina —dijo Filipa.


—Yo lo prefiero de chocolate blanco.


—Yo también Ciara, así me aseguro que no lleve frutos secos —Benzina era alérgica a los frutos secos y no deseaba morir en aquella aburrida isla.


Aquellos crepes según Filipa estaban correosos y eran un poco incomibles, aún así se los acabaron.


—Somos tan cutres que nos estamos muriendo de sed por no pedir unas botellas de agua —Filipa miró a sus amigas casi riendo.


—Pues sí, somos unas cutres, voy a pedir agua, ¿cuántas pido? ¿Dos? —Benzina estaba harta de nuestras roñerías.


—Sí, tenemos que seguir siendo cutres y compartir —ahora Filipa ya reía.


El local estaba atractivamente decorado. De las paredes colgaban retratos de famosos pintados a carboncillo y televisiones de plasma donde videoclips se reproducían. En el techo se podía ver un Spidycerdo, el de los Simpsons. Y habían figuritas decorativas de películas y series, Peter y Stewie Griffin, Freddy Kruger y personajes del Señor de los Anillos.


—Hagamos un vídeo —Filipa y los vídeos.


—Bien. Diez razones por las que no venir a Cerdeña… —comenzó Regina divertida seguida por Benzina.


Tras enumerar las razones por las que jamás volverían a aquella isla italiana centraron sus lenguas viperinas en una chica que acompañada de su novio acababa de entrar en la crepería, falda demasiado corta, tacones demasiado altos, tetas demasiado asiliconadas… lo que hacía el aburrimiento.



20. The End


Después de zampar, que parecía la única diversión en la ciudad, descansaron tres horitas. Recogieron las últimas cosas y cerraron las maletas. Las vacaciones se habían terminado, un viaje de tranqui en el que no habían podido salir de fiesta (porque no la había), pero que habían disfrutado de otro modo: habían ido a la playa, habían pasado muchísimas horas en la carretera, se habían reído y habían hecho en cuatro días muchas fotos.


Siendo las primeras en embarcar en el avión no tuvieron problemas a la hora de portar sus maletas con ellas, dificultades de las que muchos viajeros se quejaban de CutrerAir. El aterrizaje se pareció más a una pirueta de un patinador sobre hielo profesional, el avión había tocado tierra con una rueda y había ido posando lentamente la otra y más tarde la delantera. Unas risitas nerviosas se apoderaron de los pasajeros, que rieron más a gusto al escuchar la musiquita de fin de trayecto que el capitán hizo sonar. Los tímidos aplausos se fueron incrementaron mientras algunos pasaban su mano por la frente, era arriesgado esto de viajar en avión.


Arrastraban sus maletas hacia la salida del Aeropuerto de Manises cuando Regina sintió un tironcito en su camiseta. Al girarse y ver a la pequeña con la que había jugado en Pula se volvió a preguntar algo de lo que estaba tremendamente arrepentida, ¿podría secuestrarla? Pero una mirada de alerta de su padre, un hombre tan sexy que le hizo contener el aliento, le sirvió para rehusar su maliciosa intención. Aquel viaje había sido una locura y la había vuelto aún más loca.



Sentada en la cama de un pueblucho perdido en la provincia de Albacete, Regina escribía en un portátil que, por el ruido que el ventilador hacía, más bien parecía una bomba a punto de explotar. Por fin estaba acabando la novela que según Ciara la iba a hacer mundialmente famosa, vaya sarta de tonterías. Regina inspiró profundamente y selló su relato con un punto y final.




Link a la segunda parte Estupor In The Ambient: What d’Au Pair! (2ª parte)

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