jueves, 23 de mayo de 2013

Karaage de Pollo


300g Muslo de pollo sin hueso (10,6 oz)
½ cucharadita de salsa de soja
½ cucharada de Sake o en su defecto cerveza
¼ cucharadita de sal
pimienta
1 cucharadita de raíz de jengibre rallado
1 cucharadita de ajo rallado
½ cucharadita de aceite de sésamo
½ huevo batido
2 ½ cucharadas de almidón de patata o de sustitución: Almidón de maíz (Maizena)
aceite vegetal


Primero, preparamos el pollo. Deshuesamos un muslo de pollo. Pinchamos la piel del pollo con la punta del cuchillo, esto ayuda a que el pollo coja el sabor de los demás ingredientes. Le damos la vuelta y retiramos el exceso de grasa. Pinchamos con la punta del cuchillo el pollo.
Partimos el pollo en porciones para comer.
Echamos el pollo en un bol. Le añadimos: la salsa de soja, el sake, sal, pimienta, el jengibre rallado y el ajo, y el aceite de sésamo.
Removemos bien hasta que se junten los ingredientes del todo.
Reservar en el frigorífico 30 min para aromatizar.
Ahora hacemos el Karaage: al pollo se le añade el huevo batido y se remueve. Esta cubierta con huevo hará que el sabor se quede en el interior.
Después, añadimos el almidón de patata o de maíz. Removemos hasta que se pegue el almidón al pollo.
En una sartén calentamos el aceite a una temperatura baja sobre unos 160º. 
Unas burbujas aparecerán alrededor del pollo.
Dejar que la pasta se cueza bien. Una vez esté hecha, le damos la vuelta y repetimos el proceso.
Una vez hechas las dos partes, retiramos el pollo y escurrimos el sobrante de aceite. El calor propio de las piezas terminará de cocinar el interior.
Ahora ponemos el aceite a una temperatura mayor 180º, fuego fuerte.
Echamos los trozos de pollo en el fuego y freímos. Cuando el exterior de la pasta esté crujiente (color dorado tirando a marrón), retiramos el pollo .
Dejamos escurrir y listo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

La breve historia de Chloe Dubois


La breve historia de Chloe Dubois
(un relato de María Cebrián)

La joven Chloe Dubois llora en una esquina de la habitación. Frente a ella está su maltratador, esa persona que, sin tocarla en ningún momento, es capaz de hacerla mearse de miedo y temblar despavorida. No ha hecho nada para que le grite y, para colmo, ha realizado todas y cada una de las tareas que le había encomendado para ese día. Está harta de la situación, pero no sabe cómo combatirla.

El monstruo, que la mantiene presa del más terrorífico de los castigos, le bufa en la cara y se marcha de la estancia. Entonces, Chloe se permite el lujo de vociferar y descalificar, de sincerar a ese desecho humano toda la repulsión que siente hacia él. Sus chillidos no pasan desapercibidos para su amiga Teresa, su compañera de dormitorio en el internado, quien, tras la puerta, espera su momento de entrar en escena.

Los ojos empañados de Chloe se disipan al vislumbrar el cuerpo rígido y seguro de su confidente. Con ella a su lado, todos los males desaparecen. Las jóvenes se abrazan y se besan en las mejillas. Teresa ha sido testigo del maltrato hacia Chloe, sin embargo, como cada vez que ocurre, se ha visto incapaz de intervenir.

—No te preocupes, pequeña, juntas venceremos al temor. Sus actos quedarán impunes, pero no permitiremos que nos hunda, porque somos fuertes, independientes y luchadoras.

Desde aquel día, Teresa apoyaba a Chloe cada vez que el maltratador aparecía, le plantaba cara y entre las dos le amedrentaban en sus agresiones. Con fuerza de voluntad y ayuda mutua consiguieron alejar al castigador de sus vidas.

Los meses pasaron, las energías se recuperaron y las risas regresaron al rostro de Chloe. Nunca pensó que lograría superar aquel trauma, pero lo hizo, y, desde entonces, no le tiene miedo a nada.

Bueno, quizás a sus ochenta y cinco años le tenga miedo a algo, a la muerte. Sin embargo, en compañía de su joven bisnieta, tan parecida a ella salvo por el color rosa del pelo, no teme morir, porque está bien protegida.

—Nunca tengas miedo, Chloe —aconseja la anciana.
—Bisabuela, no le tengo miedo a nada. ¡Soy fuerte y valiente!
—Me alegro, porque el peor temor, es sentir miedo de uno mismo.

Ambas se miran a los claros ojos castaños y sonríen. La más vieja toma de la mano a la más joven y le acaricia el dorso de la mano con lentitud. Las energías se están consumiendo a pasos agigantados, pero todavía tiene fuerzas para apretar la mano de su bisnieta, sonreírle ampliamente, cerrar los ojos y descansar para siempre.

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Dedicado a mi amiga Teresa como regalo de cumpleaños.