domingo, 25 de mayo de 2014

MI SALIDA


Eran apenas las once y media de la mañana cuando salí del despacho en dirección a casa. Estaba agotada, cabreada y en un nada apacible “coitus interruptus” creativo. No tenía energías para enfrentarme a esas estupideces. Cerré la puerta del coche, cerré los ojos, cerré la boca, contraje la vagina y juré hacer lo posible para no sacar del bolso la mini navaja que me regaló mi padre y emprender la terapia de choque con el cojín preferido de Tony. No tenía humor ni para siquiera abrir los ojos, así que mucho menos para pillar el coche, sumergirme en las aguas turbulentas del mar bravío que suponían las calles de una ciudad como Valencia a esas laborables horas y conducir, volante en mano cual espada, luchando contra todos los espartanos que se jugaban la vida calzados en sus respectivos coches. Pero tenía y debía volver a casa porque el inútil de mi marido se había puesto nervioso al no conseguir darle la medicación a nuestra hija. 

—¡Te voy a matar, abominable! —grité encerrada en el coche mientras subía el volumen de la radio hasta que mis pensamientos fueron muteados.