miércoles, 3 de diciembre de 2014

The One That I Want – El post

El único al que quiero

En cuanto me levanto de la cama aparece esa sensación. Da igual todo, tengo que conectar con él. Me atavío adecuadamente, agarro mi tabla de surf y me adentro en el mar. Ahora sí que soy feliz. En el agua me siento libre, nada importa, nada tira de mí. Me sumerjo, siento la presión del agua que me abraza, me energizo. Cientos de descargas eléctricas golpean mi espalda, esta soy yo, esta es mi vida.

Sentada en la tabla desvío la mirada hacia casa. Desde la terraza de la habitación el amor de mi vida me observa. Ya está listo para marcharse. Va vestido con uno de sus trajes azul grisáceos y una camisa blanca a medio abrochar. Está bello, imponente, deslumbrante. Sus claros iris azul cielo se están despidiendo. Necesito tocarle.

Con un impulso subo a la tabla y encaro la ola que se acerca. Sin mucho esfuerzo me pongo de pie y con mi gran equilibrio desafío a la ola de cinco metros en la que estoy montada. El viento azota con ferocidad mi cabello y mi cara queda perlada de agua salada. Zigzagueo surcando la ola sin desviar un ápice mis ojos de él. Su mirada es triste, algo no va bien. Me parece atisbar que en la mano mantiene un sobre. El misterio me carcome. 

Llego a la orilla y corro con mi tabla hacia la casa. Al llegar a la valla que separa el jardín de la playa le observo dejar algo sobre la mesa y dar media vuelta listo para marcharse. No le grito, sólo le suplico con la mirada que me espere. No lo hace.

Rodeo la valla y entro en la parcela de la casa a través del puente de madera. Ya en el jardín le busco en el interior del hogar. No me creo que se haya marchado sin despedirse, no es típico de él. Me quito el traje de neopreno y escucho una puerta cerrarse en el porche. Subo a la habitación en busca del albornoz, no quiero salir en ropa interior al exterior, me lo pongo y echo a correr hacia el ventanal. Ni siquiera llego a verle, el coche conducido por nuestro chófer se aleja por el camino de tierra.

No lo entiendo, no sé qué he hecho mal, qué puede estar pasando. Apoyo mi cabeza en el frío ventanal y acaricio el impasible vidrio con mi mano. 

Abajo se escuchan pasos y voces. Es mi hija con la cuidadora. La pequeña parece lista para ir al colegio. Una sonrisa se escapa de mis labios. La alegría de mis días pronuncia mi nombre. Desde la planta de abajo salta y me reclama. No puedo resistirme. Bajo y la abrazo. No puedo dejar de sonreír. Ella es la razón de mi existir. 

Mientras abrazo a mi hija me percato de la hoja que descansa sobre el florero de una mesita. En el folio doblado por la mitad reza el mensaje: “Desde el corazón debo ser sincero”. Es extraño. Es desconcertante. Es terrorífico. Con la niña delante no puedo darle mayor importancia, ella no merece preocuparse.

En la habitación me ayuda a arreglarme. Jugamos con el perfume. Sonreímos. Gritamos. Nos amamos. Me observa maquillarme sin pestañear. Me admira.

Nuestra hora llega. Ella se marcha al colegio y yo a mi sesión de fotos. No es el mejor día para sonreír, pero lo hago. Porque soy profesional, porque se lo debo a la gente que confía en mí, porque me lo debo a mí misma. 

Entre descansos no consigo encontrar el momento de leer la carta. No soy capaz. No quiero saber su contenido. Tengo miedo. Pero lo hago, porque soy fuerte, porque saco valor. El contenido de la carta me alcanza de manera sorprendente. Algo en mí se despierta. Ya nada importa. Solo él.

Tras una mirada de disculpa con el fotógrafo huyo. Huyo de la sesión, huyo de los miedos, me aferro a mí. Tengo que perseguirle, tengo que encontrarle. Conduzco con lágrimas en los ojos. Quiero llegar a tiempo, quiero no decepcionarle. Quiero recuperarle.

Sin mucho esfuerzo entro en el local donde sé que él se encuentra. Siendo quien soy no me cuesta conseguir mi propósito. En el interior del salón suena música en directo. Un violín. Una dulce voz. Desde la platea le detecto. Está en nuestro palco. 

Me planto frente a él. No hace falta nada más que una mirada para que me comprenda. Para que me perdone. Para que conectemos. Nos abrazamos. Nos besamos. Mi corazón está con él. Sólo le necesito a él.
¿Qué te iba a decir...? ¡Ah, sí! Oye, baby, ¿me miras a los ojos o qué?
Moraleja

Porque no somos Gisele Bündchen, porque no tenemos esa mansión, porque no conducimos ese coche, porque no vestimos esas ropas, porque no podemos permitirnos esos lujos. Pero hostias, sí podemos gastarnos más de cincuenta pavos en esa colonia que nos hará sentirnos así, que nos llevará al sueño idílico de vivir “esa” historia de amor. Venga, vamos, no me jodas. ¿En serio? ¿Tan gilipollas me crees?

Estoy cansada de estos anuncios, de la estrategia publicitaria que te vende que si te compras “eso que se anuncia” serás “como el/ la que sale en el anuncio”. ¿En esta vida sólo importa el estatus? ¿Tanto tienes, tanto vales? No. Me niego a ser así. Prefiero ser como soy, porque ¿acaso un perfume, un coche o una joya me van a cambiar? Pues no lo creo. No soy tan superficial.

La historia de más arriba está inspirada en la nueva publicidad de CHANEL N°5 que han titulado “The One That I Want - The Film”. Aquí os dejo el vídeo por si queréis verlo.



Cinematográficamente hablando me ha encantado el anuncio, me parece un corto bonito de ver, pero que nos vende la moto como en todas las películas románticas. “Ay pobre de mí, qué desgraciaica yo soy teniéndolo to, pero al final para casa me lo llevo y encima está bueno de morirse y tú no lo tienes, ja, ja, ja”. ¡Vete a la mierda, hombre! Que la vida real no es así, que esos hombres están escondidos en algún lado bien lejos de mí.

Si veis el vídeo la música os llegará bien adentro. Si no sois de las personas con buen oído os costará reconocer el tema. Pero, ¿si os digo que en la original él lleva tupé y ella un cardado, ambos vestidos de negro y cantan la canción en una feria? ¿Ya? ¿Os suena Grease?

¿Qué te pasa, cariño, te duelen las costillitas?
La versión de Lo-Fang de "You're The One That I Want" es estupenda y cuantas más veces la escuchas más te gusta.

martes, 2 de diciembre de 2014

Necesito explotar

Mientras mi alma llora, mis labios se arquean hacia abajo.
El último capítulo de The Walking Dead me ha dejado un poco con el estómago revuelto. Ha sucedido uno de esos momentos cinematográficos que te afectan en el instante en el que te metes en el personaje y piensas qué sentirías si estuvieras en su situación. ¡Pim, pam, pum! ¡Directo al corazón!

Casi lloro. A un pelo he estado de explotar.

Estoy sensible. Hoy ha sido un día intenso y llevo encima toneladas de contención. Soy de esas que sufren shock de frialdad, me escudo tras una máscara de impasibilidad que no escojo y simulo estar aliena a los sentimientos que me rodean, pero en cuanto veo un hueco de libertad exploto.

Ver a personas que estimas sufrir no es nada agradable. Abrazarles y sentir sus corazones abatidos y heridos mata por dentro. Observar sus lágrimas resbalar por las mejillas es torturador. No puedes hacer nada para aliviar su sufrimiento. Sólo puedes mostrar tu apoyo. Y tú estás ahí, congelada, sin inmutarte, hasta sonriendo porque tu sistema neurológico debe tener un defecto.

Hoy no estoy bien. Mi humor no está equilibrado. Necesito explotar. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

¡¿Vigoréxica yo?!

Hoy un amigo me ha llamado vigoréxica porque le he dicho que me iba al gym. Es cierto que voy al gym todos los días, o todos los que puedo, pero porque me gusta y me desahoga hacer deporte y más ahora que no tengo trabajo y me tiro bastante parte del día en casa. Salir, quemar grasas, relacionarme y cuidarme me hace mucho bien. Más de lo que os podéis imaginar.

Aun así no considero que tenga vigorexia. La vigorexia no está reconocida como una enfermedad, pero se trata de un trastorno o desorden emocional donde las características físicas las percibes de manera distorsionada, algo parecido a lo que pasa con la anorexia. Siempre te encuentras con falta de tonificación en la musculatura, o en sí carencia de masa muscular, lo que te lleva a realizar ejercicio físico de manera obsesiva compulsiva, sobre todo pesas. Esta manera continuada de trabajar te lleva a ganar una masa muscular desproporcionada con tu cuerpo, nada acorde con tu talla y contextura física.

Quien me ha visto en persona sabe que para nada tengo vigorexia, de hecho soy bien feliz con mis mollitas, aunque desee con todas mis fuerzas que se volatilicen, para qué mentir. Me gusta el deporte, me activa, me inspira y me hace feliz. Así de simple. Así que mientras no tenga otra cosa mejor que hacer, como trabajar, pues puedo permitirme echar dos horas en el gym, o las que me apetezcan, qué coño.

Y ya que hablo del gym, pues os contaré lo que ha pasado hoy más o menos. En resumen: me he partido de risa, literalmente, en Body Combat. En un momento de tensión en el que la concentración y el control corporal son esenciales, en mitad de la postura de la grulla, las pavas de mis compañeras me han hecho reír. He tenido que bajar la pierna al suelo y encogerme del dolor abdominal causado por la risa.
 
Ponte a hacer la grulla mientras te tronchas por la mitad del descojone
Cris, una corredora empedernida más rauda y veloz que una gacela, me ha hecho ojitos para que desviara mi atención. A su lado la patitas finas y libres de celulitis de Eva intentaba alzar la pierna sin éxito, la cadera se le había encajado y le indicaba que se iba a mover su tía. Y ahí estaba Eva haciendo fuerza para levantar la pierna y la pierna más quieta que una estatua, mientras Cris sonreía maliciosamente dando pataditas de futbolista porque la risa no le permitía más. Ponte de esa guisa a mantener el equilibrio y a imitar a un ninja. No way!

Y dices, ¿cómo puede ser que cuatro minutos después Eva estuviera dando patadas voladoras y levantando la pierna hasta casi tocar el techo? Porque joder, la tía llevaba la pierna mucho más arriba de su cabeza, rozaba el cristal (somos las empollonas de la clase, siempre en primera fila) y si se lo proponía llegaba a arrearle una buena leñe en el culo a Cris.

La parejita de Combat son la caña. No paran. Ni siquiera en los descansos para beber se callaban. Mientras yo respiraba entre resuellos e intentaba recuperar líquidos escuchaba de lejos decir a Cris: “Qué envidia de piernas, macho”. A lo que Eva le reprochaba: “Te podrás quejar, guapa”. Y Cris atacaba de nuevo: “Ahí te entre una de celulitis de la hostia”. Así son ellas, con insultos, con abrazos, con selfies, con vendas en las manos y piernas de infarto.

¡Ay, María, sigue soñando, que ni sufriendo vigorexia tendrías unas piernas así!