sábado, 7 de marzo de 2015

¡A ZUMBAR COMO LAS MOSCAS COJONERAS!


EXTRA DE LA NOVELA VUELA LIBRE CORAZÓN

A CAROL LE PROPONEN UNA CAMPAÑA DE MARKETING DE UNA MARCA DEPORTIVA.
EL RESULTADO ES MUY COLORIDO.

Son las diez de la mañana, las niñas están en el colegio, mi marido está trabajando y yo estoy en casa tocándome la parrusa a dos manos porque me sale de la pepitilla. ¡Vaga de mierda!, me chillo cual energúmena. Me hago una autopeineta y sigo con lo mío. Además, no es que no haya hecho nada, ya he hecho la compra: fruta, verdura, pollo, conejo, bastoncillos para el conejo… todo muy necesario, sobre todo lo último si no quiero ir dejando un camino de baldosas carmesí.

Estamos a martes, día par de la semana, y por el ser el número dos parece que todo está en orden, así que no voy a limpiar. Me da exactamente igual tener ropa para dos coladas, churretones de pasta de dientes en el cristal del baño, pelusas de polvo rodando por el pasillo cual arbusto seco recorriendo el medio oeste. Tengo a la comunista de visita y me merezco un KitKat.

Bajo del tercer piso que suponen los zapatos de tacón y me lanzo en plancha sobre el sofá. “¡No te tires de golpe en el sofá!”, recuerdo las amonestaciones de mi madre. ¡Ay, mamá, qué mal acostumbrada estoy! Pero es mi maldita casa y hago lo que quiero, como con mi pelo. Me arremango el suéter de croquet color cereza y doy palmas de ilusión, ¡qué maligna soy! ¡Qué bien sienta ser una perra holgazana! Poniendo en riesgo la salud de los jeans pitillo que me quedan justos, me estiro como un chicle y alcanzo el portátil que descansa en la mesita baja que tengo a escaso metro y medio. Al ritmo de un autómata bien programado, enciendo el ordenador e introduzco las credenciales que me dan acceso. Desde el viernes he desconectado del correo electrónico laboral y como Emvi no me ha llamado, he de suponer que todo está en regla. ¡Já, bonita expresión para los tiempos que corren entre mis piernas!

“Nos encantas tú y tu forma de escribir. ¿Qué te parece si tú pones la voz y nosotros el equipamiento?”, leo una y otra vez. ¿Va a ser cierto que una marca deportiva me está regalando ropa que embutirme para asistir al gimnasio a cambio de un artículo en mi blog? Vuelvo a leer, debo estar delirando. No, no estoy loca, no menos que ayer. ¿Cómo va a querer, pongamos por nombre, marca de ropa deportiva hipermegacara que le haga una campaña de marketing? ¡Estamos locos o qué! Debe ser un chiste. Yo, Carolina Pérez, regresando al gimnasio. ¡Vaya cruz!

Suspiro cinco veces. Me hiperventilo. Después de eso me miro el culo y maldigo mi estampa. ¡Putos deditos de escritora que aceptan la propuesta contestando el correo electrónico! Hecho. Ahora toca esperar.

Una semana después recibo en mi casa un paquete enorme. Sí, espera, no te hagas ilusiones tan rápido. ¿Sabes qué hay dentro? Monos. Monos de una pieza. Monos que según indican las especificaciones no necesitan sujetador, ni camiseta, ni nada que tape lo horrorosos que son. Ah, espera, es que no te he dicho que uno es amarillo chillón con manchas de tinta azules, el otro rosa con palmeras y el último blanco a rayas negras que nada más verlo generó en mi cerebro el patrón de moiré que por poco no me lleva hasta un coma inmediato. ¡Guau! Por suerte las zapatillas y la chaqueta a juego pasan desapercibidas, son de un nada llamativo rosa chicle con motivos en verde pistacho. En cuanto me lo puse supe que más bajo no podía caer. ¡Hasta mis hijas se rieron de mí! ¡Estupendioso!

El primer día que voy al gimnasio le pido apoyo moral a mi marido. Tony es asiduo y hasta queda con gente para asistir a actividades dirigidas. Me lleva hasta la puerta de los vestuarios de la manita para que no me escape y el muy cabrón, antes de darme un beso en los labios y desearme suerte, me dice que tampoco estoy tan mal, que podría ponerme calentadores y una cintita en el pelo y unirme a una pava que se pasa el día en la sala de fitness a la que han puesto el mote de Violetta, por la nena de Disney. Le propino un puñetazo en el hombro en el que descargo toda mi mala uva y me suelta un “Deberías unirte a la clase de Body Combat. Das hostias como panes, gordi”.

Salir de los vestuarios me cuesta la vida. Me da una vergüenza del copón. En aquella mierda voy embutida cual morcilla de Burgos. Se me marcan los pezones, se me marcan los michelines, se me marca la panza, se me marca la alcachofa, se me marca hasta el tatuaje de la cadera, ¡joder! ¡Quiero morirme! ¡O matarme! Y lo intento mientras me miro en el espejo con cara de asesina en serie.

Un par de chicas que llevan vendas en las manos me miran de arriba abajo y me sonríen. ¡Vaya par de zorras! Parecen pin y pon. ¡Pum! Me atizo en el muslo. Me estoy pasando. Acabo de llegar al gimnasio y ya me estoy convirtiendo en la vieja del visillo. Se me ha conectado el modo criticona de barrio. ¡Chonaca máxima! ¿Vale? ¡Ah, espera, que a pin y pon les faltaba pen! Y la llamo pen porque es más delgada que un bolígrafo. Capto un par de codazos entre ellas y respiro hondamente para controlar el ponerme a berrear cual vaca en mitad del pasto.

¡Tengo que huir de allí! Suspiro y empujo la puerta para salir al pasillo. Los treinta metros que hay desde los vestuarios hasta la sala de fitness se me hacen interminables, de hecho ya estoy sudando y podría volver y meterme directamente en la ducha. Me convenzo del objetivo y sigo caminando.

No he aceptado este contrato por la ropa. No he dicho que sí al artículo en el blog por recibir regalos. He usado de excusa el ofrecimiento para volver a algo que en su momento me gustó. Correr. Ahora, con el estrés de las niñas, corro de otra manera, pero no sobre una cinta, o en una elíptica o en la calle, corro de un lado a otro haciendo mil tareas. Me los debo. Me debo esos ratos de desconexión de todo, de reconexión con mi cuerpo, de desahogo físico más allá del sexo. Necesito hacer ejercicio, darle vidilla a mi patatilla.

Elijo la cinta. Para empezar está bien. Creo. Las piernas me tiemblan, siento las miradas de todos en mi cuerpo. Es lógico, yo también lo haría. A mi derecha hay un ancianito adorable que después de mirarme las tetas (¡gracias, dos embarazos, por servir de algo!) ha continuado con su marcha atlética a una velocidad de tres kilómetros por hora. A mi izquierda una rubia de pelo corto corre cual perra de satán. Me decido a que no voy a ser menos.

Comienzo mi andadura con una velocidad media de ocho kilómetros por hora y voy lanzando miradas oblicuas a mi compañera para alcanzar a vislumbrar cuál es su promedio. La muy maquinote corre con una media de doce kilómetros por hora. Como me ponga a esa velocidad salgo disparada contra la pared del fondo y me hago picadillo. Intento eliminar de mi mente mis actuaciones heroicas y me concentro en mantener el ritmo.

Al cuarto de hora, cuando rompo a sudar, me siento divinamente. El mono dichosamente horrible a la vista es cómodo de la hostia. Siento en mis piernas una compresión suave que masajea mis muslos dándome hasta gustete en ciertas partes. Me vengo arriba. Me miro en el espejo que hay al frente y me siento sexi, aun estando sudada, gorda y más roja que un tomate. Y no lo puedo evitar, como es obvio, la miro. Mi compañera de línea de cinta no suda, mantiene el color facial natural y respira sin parecer que la están asfixiando con una bolsa de la compra. La envidio, a ella y a sus piernas perfectas.

A los veinte minutos estoy que me muero y, por mi bienestar físico, psíquico y moral, tomo la decisión de detenerme, no en seco, pero sí iniciar el enfriamiento. Caminar me hace mucho bien, sobre todo a mi respiración de beatbox que poco a poco se va convirtiendo en un dulce vals.

Bajo de la cinta y camino a lo Michael Jackson hasta el pasillo. Voy en una nube. Las piernas me hacen cosas raras y presiento que los tobillos se me van a quebrantar tirándome al suelo en plan reina del drama. Tela para pasar la mopa llevo adherida al cuerpo, así que no problem.

En el pasillo me entra una tos infernal que intento aplacar con un par de tragos de agua. Para entonces he atraído la mirada de una madre que le pone la chaqueta a su hijo que acaba de salir de clases de piscina. La mujer es alta, delgaducha con el pelo largo castaño y tiene un toque triste en la mirada que no contrasta para nada con su permanente sonrisa. Siento una punzada en el estómago. ¿La conozco? Instintivamente levanto la mano en modo de saludo y ella estira todavía más los labios. La educación que nunca falte.

Sobrepuesta al ataque de tos, enfilo camino dirección a los vestuarios. Al pasar por la puerta de la sala de actividades me es imposible no echar la mirada dentro. Me encaramo al ojo de pez y le busco. Mi hombre. Le encuentro. Les encuentro. ¡Serán cabronas! Me pongo loquísima del potorro. Las pin y pon están una a cada lado de Tony. ¡Y él sonríe! Y la pen detrás, sin perder de vista el macizo culo de mi chico. La mano se me va hasta el pomo y estoy a punto de abrir y entrar cual vendaval para mear desde la cabeza a los pies a mi marido, por aquello de dejar bien clarito dónde se encuentra mi territorio. Me contengo. Yo no soy así. Nunca he sido celosa, siempre he estado completamente convencida de que él me respeta, de que para él soy su universo, de que no necesita a ninguna más que a mí para ser completamente feliz. Hago balance y me posiciono en el lugar de ellas. Las comprendo. Mi marido está de toma pan y moja. ¿Qué chica en su sano juicio no querría estar a su ladito oliendo sus feromonas? Sonrío, es mío, mi tesoro.

Necesito una ducha, ya no sólo estoy mojada por el sudor. Dos metros más allá escucho a mis espaldas una canción muy conocida. ♫En un país multicolor♫. No necesito más para saber que la cantan por mí. La curiosidad me puede. ¡Bingo! La bicho palo y la piernas están juntitas y me miran. Las muy putas no disimulan. Guardo el hacha de guerra, si me pusiera en serio me las merendaba. En fin… para qué gastar saliva.

En la ducha mi trabajo como escritora da comienzo y las frases empiezan a sucederse una tras otra en mi mente. No ha estado mal para ser el primer día. ¡Qué coño, ha sido la hostia! Incluso cuando ya noto las agujetas de color de rosa en mis piernas. El running ha molado, pero el siguiente objetivo será una clase de zumba, que mi culo de negra zumbona y estos monos tan apañaos se lo merecen.

¡A zumbar como las moscas cojoneras!

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